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Los Milagros Eucarísticos
Los Milagros Eucarísticos son intervenciones prodigiosas de Dios que tienen como fin confirmar la fe en la presencia real del cuerpo y la sangre del Señor en la Eucaristía. Conocemos la doctrina católica con respecto a la presencia real. Con las palabras de consagración: “Éste es mi cuerpo,” “Ésta es mi sangre,” la sustancia del pan se convierte en cuerpo de Cristo y la sustancia del vino en su sangre. Esta maravillosa transformación toma el nombre de transustanciación, es decir, el cambio de una sustancia por otra. Del pan y del vino quedan solamente las apariencias o especies, denominadas en términos filosóficos accidentes. Son el color, el sabor, el olor, incluso la capacidad nutritiva, pero no la sustancia, es decir, la verdadera realidad convertida en el cuerpo y la sangre del Señor.
La transustanciación no puede ser experimentada en absoluto por los sentidos, sólo la fe nos asegura esta maravillosa transformación
Los Milagros Eucarísticos buscan confirmar esta fe que se funda en las palabras de Jesús, lo que parece pan no es pan y lo que parece vino no es vino. En los Milagros Eucarísticos se dejan ver, efectivamente, la carne y la sangre, o una sin la otra dependiendo del milagro. El fin de estos milagros es demostrar que no debemos buscar la apariencia externa (pan y vino), sino la sustancia, la verdadera realidad de las cosas, que es la carne y la sangre.
Los teólogos medievales han profundizado sobre el tema de los Milagros Eucarísticos (muy frecuentes en aquellos tiempos), de los que han dado diversas interpretaciones. Una de las más fundadas y razonables podría ser la del “Doctor eucarístico” por excelencia, es decir, Santo Tomás de Aquino (cf. Summa Teologica III, q. 6, a. 8).
Él dice que el cuerpo y la sangre que aparecen después del milagro se deben a la transformación de las especies eucarísticas, es decir, de los accidentes, y no tocan la verdadera sustancia del cuerpo y de la sangre de Jesús. Es decir, la especie del pan y del vino se transforman milagrosamente en especie de carne y sangre, sin embargo, el verdadero cuerpo y la verdadera sangre no son lo que parecen, sino lo que, incluso antes del milagro, estaban ocultos bajo la especie del pan y del vino, que continúan existiendo de manera oculta bajo las especies de la carne y de la sangre.
Si la carne y la sangre que aparecen fuesen verdaderamente la carne y la sangre de Jesús tendríamos que decir que Jesús resucitado, que reina impasible a la derecha del Padre, pierde una parte de su carne o de su sangre. Ésta sería una afirmación inadmisible.
Como consecuencia debemos afirmar que la carne y la sangre que aparecen en los milagros son del género de la especie o apariencias o accidentes como lo son del mismo modo las especies del pan y del vino.
El Señor realiza estos milagros para ofrecer un signo fácil y visible para todos: en la Eucaristía están el verdadero cuerpo y la verdadera sangre del Señor.
Es así que este verdadero cuerpo y esta verdadera sangre no son lo que parecen, sino que se encuentran contenidos sustancialmente bajo la especie o apariencia, especie o apariencia que antes del milagro eran las del pan y del vino y que después del milagro son las de la carne y la sangre.
Bajo las apariencias de la carne y la sangre de Jesús está verdadera y sustancialmente contenido como lo estaba antes del milagro. Por eso mismo, nosotros podemos adorar a Jesús realmente presente bajo las especies de la carne y de la sangre.
Padre Roberto Coggi, O.P.